Entradas

Cuatro de cuatro

El hombre viejo que vive en nosotros se alimenta de los frutos visibles de nuestros esfuerzos, sin caer en la cuenta de que son ilusorios, o, lo que es peor, que son los frutos de la actuación de Dios en nosotros, de los cuales nos apropiamos. La expectativa de que nuestros problemas se resol­verán sólo en el momento de la muerte nos quita toda satisfacción oculta procedente de la conciencia de la lu­cha contra la propia debilidad, así como todo el pla­cer que obtenemos de esta ilusión. La parte invisible del iceberg La medida de nuestro orgullo espiritual corresponde a esa parte de nuestra miseria que no hemos reconocido ante Dios y que, por lo tanto, no ha sido envuelta por nuestra fe en su perdón lleno de amor. Imaginemos esa parte de nuestra propia miseria, que vemos y que reconocemos, como la cima de un iceberg que emerge sobre la superficie del agua. El resto de este inmenso bloque de hielo se encuentra bajo el agua, ocul­to a nuestros ojos. De modo semejante, somos incapa­ces de

Tres de cuatro

El esfuerzo del corazón por evitar los apoyos humanos ¿Qué hacer para que nuestros vínculos con los demás no sean un obstáculo en nuestra unión con Dios? Nuestro Señor quiere sobre todo que reconozcamos sinceramen­te que somos esclavos del deseo humano de recibir afec­to, de ser recordados y aceptados. Quiere que deseemos ver este problema y que lo reconozcamos ante Él. Nuestro esfuerzo también es necesario: tratar cons­cientemente de no apegarnos a las personas, evitar las ocasiones en que se despiertan apegos en uno mismo y en los demás. Lo importante sobre todo es el esfuer­zo del corazón, que procuremos estar desapegados de todos los apoyos humanos. En nuestras relaciones con los demás también es ne­cesaria la prudencia. Esta exige guardar cierta sana dis­tancia respecto a ellos. Aunque a veces hay que renun­ciar a esto en consideración a la fragilidad psicológica y espiritual de algunos, siempre es mejor tratar con reserva por lo menos a quienes espiritualmente son lo suficien­tem