Cuatro de cuatro
El hombre viejo que vive en nosotros se alimenta de los frutos visibles de nuestros esfuerzos, sin caer en la cuenta de que son ilusorios, o, lo que es peor, que son los frutos de la actuación de Dios en nosotros, de los cuales nos apropiamos. La expectativa de que nuestros problemas se resolverán sólo en el momento de la muerte nos quita toda satisfacción oculta procedente de la conciencia de la lucha contra la propia debilidad, así como todo el placer que obtenemos de esta ilusión. La parte invisible del iceberg La medida de nuestro orgullo espiritual corresponde a esa parte de nuestra miseria que no hemos reconocido ante Dios y que, por lo tanto, no ha sido envuelta por nuestra fe en su perdón lleno de amor. Imaginemos esa parte de nuestra propia miseria, que vemos y que reconocemos, como la cima de un iceberg que emerge sobre la superficie del agua. El resto de este inmenso bloque de hielo se encuentra bajo el agua, oculto a nuestros ojos. De modo semejante, somos incapaces de